María Magdalena era la adoradora personificada de Cristo.

Para amar a Cristo, adorándolo, hay que tener las ideas claras sobre el amor que trasmitía Cristo en sus días terrenales. María Magdalena era la adoradora personificada de Cristo. Ella trasmitía las vibraciones de la adoración de forma tan potente que inducía a miles de devotos a seguirla. Así nacían las escuelas de la adoración a Cristo. Cuando el Novio llegaba a sus novias, ellos alababan el Tálamo teogámico.
La adoración es imposible en el elohísmo, enseñaba María Magdalena. El Elohím es el ídolo, y para él el mundo de la adoración es inaccesible. El Elohím exige la idolatría. Su mundo es el culto, la distancia, el autoritarismo. Él es autócrata, “superior”, áspero, espeluznante, el verdugo que castiga.

La divini­zación no viene a través de los sacramentos, las ha­zañas, el ayuno y el servicio al prójimo, sino a través del acto de adoración. Los cátaros percibieron la clave recóndita de María Magdalena, que consistía en la adoración especial a Cristo.
Precisamente era la adoración, propia de los cátaros, lo que atraía a millones de personas.
La gente decía: “¡Vuestro Cristo es completamente distinto! Vosotros enseñáis a amarle. Decís que Él está en el prójimo, que Él sigue adorándonos y que es posible beber de su Cáliz…”
El misterio del Cáliz consiste en lo que se deja beber. Se llama Cáliz porque es inagotable, pero al mismo tiempo se puede beber. El que beba del Cáliz se hace Cristo multiplicado.

María Magdalena era el apóstol de la adoración sagrada: difundía la atmósfera de adoración junto con la sabiduría, la paz, la sensatez y la calma profunda. Ella se trasladaba por los aires sin dejar caer de las manos el Santo Grial y difundiendo por todas partes los aromas de las rosas de la adoración a Cristo.
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