María Magdalena enseñaba: “También se debe elevar a Cristo a la Divinidad adorándolo y divinizándolo”.
Pero no con los concilios ecuménicos y los mitologemas papales deificar al Salvador, creando un ídolo más. Primero hay que elevar a Cristo a la Divinidad, divinizándolo. Y luego elevar a la Divinidad a mi prójimo, con la misma adoración y divinización.
En la escuela de María Magdalena
contra Pedro El Yeshivá están protegidos
los hijos de la Sabiduría y los disposines.
En la escuela de María Magdalena
el deseo de adorar a Cristo es irresistible.
En la escuela de María Magdalena
se enciende la vela inextinguible.
En la escuela de María Magdalena
se hace el ágape del mírrico Grial.
El aroma de las rosas en el sagrado cáliz real
en la escuela de María Magdalena.
Como he podido, yo he procurado mostraros la atmósfera viva e inspirada de María Magdalena. Una vez entrado en sus castillos, abandonarlos es imposible. Yo os invito no sólo a entrar sino a quedaros para siempre y permanecer en los castillos de María Magdalena, en estos maravillosos adorativos castillos de Cristo.
Estamos descubriendo a otro Padre, el del puro amor; a otro Cristo, el del puro amor, a otro Espíritu Santo. Y de Él provienen los nuevos dones de la inmaculada concepción para la nueva humanidad. ¡Eso es la palabra nueva! Y de la misma manera que las puertas del Consolador dieron tantos carismáticos, tantos sacerdotes talentosos y cristianos, las nuevas puertas del Espíritu Santo —ya como Divinizador y no como Consolador— también darán una gran multitud de novias, que conciben desde arriba en el sacramento de María Magdalena, en la escuela de María Magdalena y José de Arimatea.